Migraciones, educaciones

Hugo Enrique Sáez

Director de Universidades


La UDUAL ha sido pionera desde su fundación en el proceso de integración de las universidades de la región. Así se ha logrado el reconocimiento de créditos y títulos en varias carreras, proceso en constante progresión con el intenso intercambio de estudiantes e investigadores entre numerosas universidades del mundo.

Los artículos de este número presentan amplia información y análisis sobre la internacionalización de la educación superior, que comprende planes en las universidades con miras a facilitar el desplazamiento de sus estudiantes y profesores a instituciones ubicadas incluso en destinos muy lejanos, como China, Japón y la República de Corea. También es relevante el intercambio entre España y los países de América Latina y el Caribe.

Este movimiento de miembros de instituciones educativas y de investigación que cruzan fronteras arroja también un mayor conocimiento entre culturas que anteriormente permanecían separadas y ahora protagonizan una mutua influencia, que ojalá contribuya a la disminución de la violencia que arrasa territorios en todos los continentes.

Frente a los resultados alentadores de la internacionalización de las instituciones de educación superior, contrasta un acontecimiento no regulado por legislación alguna. Se trata de las migraciones mundiales de los últimos años, que constituyen el mayor movimiento de personas en la historia. En el origen de este fenómeno se hallan la violencia física que amenaza en su territorio a las personas que deciden migrar impulsadas por la violencia del hambre que los expulsa hacia otros rumbos.

Los países latinoamericanos y caribeños han padecido una incesante marcha de quienes, con esfuerzo, abandonan sus moradas en busca de un refugio con mejores condiciones de vida. Sus sueños a menudo se tronchan, ya sea porque son empujados a las márgenes de la sociedad de recepción, o bien porque el negocio de su traslado termina con su vida.

El artista oaxaqueño Alejandro Santiago buscó consolidar, precisamente, las presencias de estos sueños que acompasan las páginas de este número. Después de una estancia de dos años en París, Santiago regresó a su natal Teococuilco, en donde una gran mayoría de gente había escogido migrar. Entonces decidió realizar el mismo viaje que sus paisanos, hacia los Estados Unidos, en las mismas condiciones precarias –de hecho, acudió a los polleros en Tijuana para cruzar la frontera–. Comienzó su tránsito por la frontera de ese país como ilegal, y un día se asombró al observar un cúmulo de cruces en memoria de los que fallecieron en la travesía hacia el otro lado. Alguien le dijo “son 2500”, cifra que se inscribió en su mente.

Retornó a su comunidad con un propósito claro extraído de la experiencia vivida, objetivo que se traduciría en una ardua tarea en la que lo ayudarían 35 jóvenes de la zona para crear esculturas de barro, ocupación de larga data entre los campesinos e indígenas zapotecas de la región. En un rancho adquirido para tal fin se diseñaron los hornos en que se quemarían y se escogieron los colores y pigmentos que darían expresión a sus 2501 migrantes. Como en el tequio, la ancestral costumbre del trabajo colectivo, se llevó a cabo la labor de plasmar en esas figuras un homenaje a los caídos en el intento de escapar de la miseria.

Se seleccionaron 501 piezas de esa obra y se exhibieron en el Colegio de San Ildefonso entre 2019 y marzo de 2020. En éstas se representa a mujeres, hombres, niños, anónimos, inermes frente a un destino de soledad y abandono. Las 2501 esculturas, en línea con la mejor tradición creadora de México, ecos del Páramo rulfiano, no se singularizan por un nombre, se erigen como un conjunto. Esos fantasmas habitan en sus pueblos junto a los vivos que los convocan y los mantienen entre ellos.

Junio, 2020.